At confirmation we receive the gifts of the Holy Spirit and confirm our baptismal promises. Greater awareness of the grace of the Holy Spirit is conferred through the anointing of chrism oil and the laying on of hands by the Bishop.
Confirmation perfects Baptismal grace; it is the sacrament which gives the Holy Spirit in order to root us more deeply in the divine filiation, incorporate us more firmly into Christ, strengthen our bond with the Church, associate us more closely with her mission, and help us bear witness to the Christian faith in words accompanied by deeds. (CCC 1316)
Through the Sacrament of Confirmation we renew our baptismal promises and commit to living a life of maturity in the Christian faith. As we read in the Lumen Gentium (the Dogmatic Constitution of the Church) from the Second Vatican Council:
Bound more intimately to the Church by the sacrament of confirmation, [the baptized] are endowed by the Holy Spirit with special strength; hence they are more strictly obliged to spread and defend the faith both by word and by deed as true witnesses of Christ. (no. 11)
In the Acts of the Apostles we read of the coming of the Holy Spirit on Pentecost. While baptism is the sacrament of new life, confirmation gives birth to that life. Baptism initiates us into the Church and names us as children of God, whereas confirmation calls us forth as God’s children and unites us more fully to the active messianic mission of Christ in the world.
After receiving the power of the Holy Spirit at Pentecost, the Apostles went out and confirmed others, showing confirmation to be an individual and separate sacrament: Peter and John at Samaria (Acts 8:5-6, 14-17) and Paul at Ephesus (Acts 19:5-6). Also the Holy Spirit came down on Jews and Gentiles alike in Caesarea, prior to their baptisms. Recognizing this as a confirmation by the Holy Spirit, Peter commanded that they be baptized (cf. Acts 10:47).
En la confirmación recibimos los dones del Espíritu Santo y confirmamos nuestras promesas bautismales. Se confiere una mayor conciencia de la gracia del Espíritu Santo a través de la unción de aceite de crisma y la imposición de manos del Obispo.
La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras. (CCC 1316)
A través del Sacramento de la Confirmación renovamos nuestras promesas bautismales y nos comprometemos a vivir una vida de madurez en la fe cristiana. Como leemos en la Lumen Gentium (la Constitución Dogmática de la Iglesia) del Concilio Vaticano II:
Unidos más íntimamente a la Iglesia por el sacramento de la confirmación, [los bautizados] son dotados por el Espíritu Santo de una fuerza especial; de ahí que estén más estrictamente obligados a difundir y defender la fe tanto de palabra como de obra como verdaderos testigos de Cristo. (no. 11)
En los Hechos de los Apóstoles leemos sobre la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Si bien el bautismo es el sacramento de la vida nueva, la confirmación da a luz a esa vida. El bautismo nos inicia en la Iglesia y nos nombra hijos de Dios, mientras que la confirmación nos llama como hijos de Dios y nos une más plenamente a la misión mesiánica activa de Cristo en el mundo.
Después de recibir el poder del Espíritu Santo en Pentecostés, los Apóstoles salieron y confirmaron a otros, mostrando que la confirmación era un sacramento individual y separado: Pedro y Juan en Samaria (Hechos 8: 5-6, 14-17) y Pablo en Éfeso. (Hechos 19: 5-6). También el Espíritu Santo descendió sobre judíos y gentiles por igual en Cesarea, antes de sus bautismos. Al reconocer esto como una confirmación del Espíritu Santo, Pedro ordenó que fueran bautizados (cf. Hechos 10:47).
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